La Vida Argentina del Papa Francisco: Barrio, Hábitos y Recuerdos que Marcaron su Camino

Un porteño de Flores con corazón de vecino.

Antes de que el mundo lo conociera como Papa Francisco, Jorge Mario Bergoglio era, para muchos en Buenos Aires, simplemente “el padre Jorge”.

Nacido en el barrio de Flores en 1936, creció entre calles tranquilas, olor a pan recién horneado y vecinos que todavía se saludaban por su nombre.

Vivía en una casa sencilla de dos pisos en la calle Membrillar. Ahí pasaba los días rodeado de su familia, formada por inmigrantes italianos humildes.

Su padre, Mario, trabajaba en el ferrocarril, y su madre, Regina, se ocupaba del hogar. Las raíces italianas marcaron su carácter y su cocina: desde chico aprendió que el domingo era día de ñoquis, misa y sobremesa larga.

El joven que amaba el fútbol, el tango y la calle

En su adolescencia, Jorge fue un chico callado, tímido, muy lector y muy observador.

Pero también tenía sus pasiones: el tango, que escuchaba en la radio con su madre mientras ayudaba a preparar la cena, y el fútbol, que vivía como un verdadero hincha de San Lorenzo.

No es casualidad: San Lorenzo es el equipo de los curas salesianos. Él mismo contó que iba a la cancha del Viejo Gasómetro con su padre.

Aunque con los años fue perdiendo contacto con el juego, seguía revisando los resultados del club, incluso ya como cardenal.

Una vez, un colectivero lo vio bajarse del 65 y le dijo:
—¡Padre Jorge! ¿Y San Lorenzo este fin de semana?
Y él, entre risas:
—Nos hace sufrir como el demonio, pero lo llevamos en el alma.

Una vida de austeridad real, no impostada

Cuando fue nombrado arzobispo de Buenos Aires en 1998, muchos pensaron que eso implicaría chofer, secretaria, residencia episcopal.

Pero el padre Jorge eligió lo contrario. Se quedó en un pequeño departamento en el barrio de Monserrat, cocinaba sus propias comidas (con frecuencia arroz con atún), y seguía tomando el subte todos los días para ir al Arzobispado.

Los empleados del Subte B todavía recuerdan verlo con su portafolio negro, caminando entre la gente, saludando con un gesto de cabeza. Nunca quiso privilegios. Cuando le ofrecieron un coche oficial con chofer, dijo:
—Con el 60 me arreglo bien. Llega a todas partes.

La esquina de su vida: la parroquia de San José del Talar

Una de sus parroquias favoritas en Buenos Aires fue San José del Talar, en el barrio de Agronomía. Allí celebraba misas especiales cada 19 de mes en honor a San Expedito.

Los fieles recuerdan que llegaba sin protocolo, charlaba con la gente, se quedaba tomando mate en la vereda y preguntaba por los hijos, los problemas del barrio, los precios en el mercado.

Una señora una vez le ofreció una empanada que vendía para juntar plata. Él la aceptó, la comió de pie, y le dijo:
—No está muy jugosa, pero la masa es gloriosa. Le falta grasa de pella.
Y rió con esa mezcla de ternura y picardía que siempre lo acompañó.

El confesor de los que no sabían rezar

En la Catedral Metropolitana, su oficina como arzobispo era casi siempre la más abierta de todas.

Quienes lo conocieron recuerdan que prefería atender personas que llegaban sin turno, especialmente si eran pobres, o simplemente personas que venían “a hablar con alguien”.

Una vez, una mujer se acercó para confesarse después de 30 años. No sabía por dónde empezar y dijo:
—Padre, ¿empiezo por los pecados grandes o por los que me avergüenzan más?
Y él respondió:
—Empezá por lo que te duela más. El resto se acomoda solo.

Cafés, libros y caminatas por el microcentro

Bergoglio era un lector apasionado. Leía a Borges, a Dostoievski, a Leopoldo Marechal.

Compraba libros en la librería Clásica y Moderna, y muchas veces se lo veía en cafés del centro con un libro en la mano, un café con leche y medialunas.

Tenía una mesa favorita en el histórico London City, frente a la Manzana de las Luces. No buscaba esconderse, pero tampoco llamaba la atención. Muchos lo reconocían y lo saludaban con un “buen día, padre Jorge”.

No usaba celular. No llevaba computadora. En su portafolio solo había una Biblia, un cuaderno y, muchas veces, alguna carta escrita a mano que iba a responder.

Historias que el barrio todavía cuenta

Los vecinos del barrio de Flores cuentan que, aun cuando ya era obispo, él seguía visitando su antiguo barrio. Saludaba al diariero, a la señora de la verdulería, a su antigua portera.

Una vez, en una Navidad, volvió a la parroquia del barrio y alguien le ofreció pasar por la parte de atrás para evitar la multitud. Él respondió:
—¿Y perderme los abrazos? ¡Ni loco!

También recuerdan que, en 2001, durante una de las peores crisis del país, organizó desde el arzobispado una red silenciosa de ayuda.

Cada semana, un camión salía con alimentos, medicamentos y pañales para las parroquias más golpeadas. No quiso que se hiciera público. Dijo:
—Ayudar no es propaganda. Es obligación.

Su manera de hablar… bien porteña

Una de las cosas que más recordaban los argentinos del Papa Francisco era que nunca perdió el acento ni la forma de hablar. Decía “laburo”, “quilombo”, “morfi”, “che” y “no me rompas”.

A veces, sus homilías parecían más una charla entre vecinos que un sermón solemne.

Una vez, al hablar del perdón, dijo:
—El que no perdona, se convierte en esclavo del rencor. Y el rencor, che, es como tomar veneno esperando que le haga daño al otro.

Su estilo callejero, directo, sincero, lo hacía accesible. No usaba palabras complicadas. Usaba palabras vividas.

Cuando Argentina lo vio partir hacia Roma

El 13 de marzo de 2013, cuando se anunció que Jorge Mario Bergoglio sería el nuevo Papa, Argentina entera se paralizó. En las plazas, los bares, los taxis… todos decían:
—¿El padre Jorge? ¿El del 60? ¿El que iba al barrio?

La emoción fue enorme, pero también la sorpresa. Algunos vecinos de Flores lloraban como si se fuera un hijo, otros decían que no podía ser, que él no querría.

Y tenían razón: él nunca lo buscó. Aceptó porque, como dijo alguna vez:
—Cuando uno se pone en manos de Dios, no hay plan que valga más que la confianza.

FAQ – Preguntas frecuentes sobre el Papa Francisco en Argentina

¿Dónde vivía Jorge Bergoglio antes de ser Papa?

Vivía en un pequeño departamento del barrio Monserrat, cerca del centro porteño. Antes, vivió en Flores, su barrio natal.

¿Es verdad que viajaba en colectivo y subte?

Sí. Usaba el colectivo 60 y el Subte B casi todos los días. Nunca quiso vehículo oficial.

¿Qué comidas prefería?

Ñoquis del 29, empanadas caseras, arroz con atún y dulce de leche. Todo bien argentino.

¿Tenía relación con barrios populares?

Muchísima. Iba seguido a villas, parroquias de la periferia y hospitales públicos. Era conocido y querido en muchas zonas humildes.